Sueña.
Es la única ley básica. SUEÑA.
Los sueños son la base de
nuestra existencia, lo único que vale la pena. Cada vez que alguien le pide un
deseo a una estrella fugaz sueña con un imposible, pero ¿qué valor tendría ese
deseo si no hubiese nadie que luchase por que se hiciese realidad? Y esos son
los sueños: imposibles que deseas con todas tus fuerzas.
Soñar es algo bello, incluso
mágico y justo después viene un compromiso. Es una especie de contrato que
firmas con esa estrella, ella te dará la magia para que pueda hacerse realidad
pero tú tendrás que poner de tu parte luchando por él. Ahí es donde comienza el
contrato, después del suspiro de haber pedido un deseo y está firmado con una
tinta más fuerte que la sangre, está firmada con la estela que deja aquella
ilusión.
Yo soñé una vez, no hace mucho. Fue la primera vez que viajé a España
cuando mi hermana de otros padres me dijo: “Mira
al cielo, ¿ves esa estrella? Ahí es donde están las personas que más queremos.
Cuando estés triste mira al cielo y recuerda que yo estaré mirando el mismo.” Aquello
fue lo que hice cuando tuve que volver a aquel desierto sin sus sonrisas y
caricias.
Yo era su princesa, la de todos. Llegué a un lugar que decían que cada
día estaba peor y yo no podía verlo más bello. Ellos me acogieron con los
brazos abiertos, con unas sonrisas de felicidad al verme que igualaban a aquel
amigo mío que había bajado su intensidad al ir hacia el norte.
Me quisieron desde el primer día hasta el último y nunca me pidieron
nada a cambio. Me dieron tantas cosas y,
sin embargo, sus abrazos a la hora de dormir era lo que más gustaban. Ella me
decía “que duermas bien princesa, que
sueñes con los angelitos” y se quedaba conmigo hasta que me quedaba
dormida. Ella siempre fue mi reina.
No recuerdo la cantidad de horas que pude pasar en aquella piscina y
cuánto llegué a añorarlo todo cuando me tuve que ir. Recuerdo cómo intentaban
contener las lágrimas sin demasiado éxito y cómo yo deseaba quedarme a su lado.
Pero nos tenían que volver a separar, volvería a verles al año siguiente, pero
aquellos días serían demasiado largos sin sus abrazos y sus caricias.
¡Cuánto amor se respiraba por aquellas calles de Sevilla! Qué bien visto
estaba amar en vez de pelear. Todo era tan verde, tan bello, tan lleno de vida que
daba hasta miedo mirarlo. Era esperanza en un futuro lo que sentía. Recuerdo
cuando fuimos al mar la primera vez, aquello tan grande me causó un pavor
inigualable mientras que ellos desde la gran masa de agua que se extendía ante
mí me decían “Ven Gania, vamos a
bañarnos”. Aquella vez preferí quedarme en la orilla, era demasiado para la
primera vez.
Allá donde fuera, todo el mundo me quería incluso sin conocerme. Era una
sensación incomparable, yo llenaba un vacío en sus vidas y ellas me lo
devolvían con tanto amor.
Ahí fue cuando soñé, soñé con que no me iría nunca, que me querrían
tanto que no me dejarían marchar, pero aquellas normas tan estrictas no
permitían que me quedara tanto tiempo. Me pusieron unas gafas que al principio
me resultaron un poco molestas pero se veía tan diferente a como yo estaba
acostumbrada que mereció la pena acostumbrarse. Juraría que con esas gafas lo
veía todo, absolutamente todo, incluso lo que sus ojos decían cuando me miraban
y el amor que me mandaban cuando ya estábamos a grandes distancias.
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